Pues no, aunque pudiera resultar relevante y clarificador, la idea no es aprovechar determinadas y posteriores sandeces de quienes se dedicaron a distribuir sandeces antes y durante como quien reparte chocolatinas a la puerta de un cole de primaria a fin de concluir la trascendente magnitud de lo vivido el pasado ocho de marzo. Que si hasta Rajoy se puso al final el lazo feminista o que incluso Rivera quiso adueñarse (o al menos participar activamente en los réditos) de un día y de una huelga que ninguno de ellos ni de sus partidos apoyó porque era anticapitalista o que lo suyo era currar a la japonesa. Cada cual se retrata solito. También podría hacerme eco de que desde la manifestación contra la invasión de Irak nunca había visto tanta peña lanzando consignas y vítores por las calles de las capitales y pueblos de la geografía española. Mujeres de todas las edades y condición social que jamás habían dicho en público esta boca es mía. Una marea morada más tremenda que un Tsunami de doscientos metros de altura que transforma a su paso todo lo que toca como un rey Midas redivivo.
No, la idea no es afirmar lo evidente por más que en muchos medios de comunicación, antes y después, traten de convertir el vino en agua. La idea es compartir un detalle, del día siguiente, que sentencia el éxito sin paliativos de la huelga, del día, de la lucha anticapitalista y antipatriarcal.
Fue en una cena con motivo de la Campaña contra el Hambre de manos Unidas. De las personas asistentes (tal y como viene a ser habitual en estos casos) 90% de mujeres. Apenas cinco varones, entre los que se hallaba el cura y un servidor. No recuerdo quien destapó el tarro de las esencias nombrando la huelga y la manifestación feminista, pero el caso es que cada vez que salía una fémina nombraba el evento con admiración, con orgullo, con una sonrisa de oreja a oreja sin importarle una mierda lo que fuera a decir menganito o zutanito. Se sentían grupo; mujeres en las que nunca había percibido esa actitud de fortaleza, seguridad y confianza en otras luchas. Como no podía ser de otra manera, en medio de aquella plena exhibición pública de orgullo feminista y empoderamiento, dos de los maromos no paraban de tratar de meter el dedo en el ojo con cierto sarcasmo y media sonrisa acerca de que, a la próxima vez que una moza saliera y hablara de las mujeres, se levantaban y se largaban. Huelga decir que la letanía de felicitaciones y de firmeza femenina siguió su curso como un reguero de pólvora, y que los susodichos ni se levantaron ni se largaron con su media sonrisa. Eso sí, uno de ellos, muy risueño él, llegó a decir que dejaran ya la cosa que le estaban intimidando. Tras aquel esperpento, la cara de una chica de alrededor de 30 años que estaba sentada enfrente de mí parecía estar tragándose más bilis que la niña del exorcista.
Molesta que hablen de sí las mujeres, y de sus luchas; molesta que te digan cómo se sienten, que se ven más felices y dispuestas. Molesta, pues a joderse, que ya toca.
Curiosamente, la palabra éxito proviene del latín exitus, que significa salida. De hecho, es el vocablo sanitario que se emplea para referir un fallecimiento: exitus. Ojalá el éxito de las mujeres, de nuestras compañeras signifique también el exitus del patriarcado y del capitalismo, que no son lo mismo, pero muchas veces se le parece mucho.