Conozco a mogollón de gente que cuando va a arreglar el coche le dice al mecánico de turno que no le haga factura, que el IVA es una pasta gansa. Sé que el dato no es demasiado exhaustivo ni metódico: mogollón, así a ojo de buen cubero, pero es que incluso lo normal es que el mecánico de marras dé por hecho que, a menos que seas cortito, no quieres factura y te alarga, si acaso, un albarán a boli con cuatro datos mal puestos. De hecho, podría jurar sobre mi guitarra electro-española, que de las veces que ha salido este tema en alguna charla informal sólo una persona –aparte del que suscribe– pedía factura hasta cuando le decían que mejor que no. No olvidemos que lo que no se factura no se declara. Pasa con los fontaneros, los electricistas… La cosa es que está fatal con lo de la crisis.
También me relaciono con bastante personal de salario indigno que, cuando llega la feria, la navidad o se pasan por el rastro, le compran al nene de turno una camiseta de imitación de su equipo favorito porque con la oficial entran arcadas nada más que de mirar el precio. Lo de la camiseta puede sustituirse por unas deportivas de marca o un perfume de colección. ¡Y qué decir de cuando tumbada en la hamaca de playa la peña se muere de la sed y pasa el fulano con esa nevera llena de refrescos o de cerveza fresquita! Cualquiera se resiste cuando ya se ha quedado la lengua pegada al paladar de tanta caló.
Luego está el número cuasi infinito de homo consumens que tienen un Apple, están suscritos a Netflix, se han abierto cuenta en Spotify o compran barato en Amazon; todas ellas corporaciones que gracias a determinados vacíos legales y a cesiones de derechos a filiales en países de baja tributación apenas pagan impuestos en España, más allá del IVA, y no tienen necesidad de declarar muchos de sus pingües beneficios.
Y ahora resulta que la culpa de todos los males del mundo y de haber abierto la caja de Pandora es de personas como Mame Mbaye, porque no pagaba impuestos, vendía de manera ilegal y había llegado a España para quitarnos el curro. Me gustaría estar inventándome algo, pero todos estos firmes argumentos están recogidos de los comentarios recurrentes vertidos en redes sociales o en medios de comunicación tras la muerte del mantero senegalés durante la tarde del jueves pasado. Somos tan puntillosos con la legalidad que todavía nos seguimos preguntando se le perseguían o no los munipas cuando se puso a correr en lugar de reflexionar acerca de por qué corría.
Lo chungo del ser humano es que, cuando se desploman todos los argumentos al estar asentados sobre pies de barro igual que la estatua de mal sueño de Nabucodonosor, siempre nos quedan las excusas, y como son excusas y como son nuestras, nos sirven y no necesitan demasiada demostración; por tanto, no merece mucho la pena extenderse, porque quien quiera ver en Mame al único responsable de su muerte lo va a seguir haciendo aunque aparecieran imágenes de un grupo de policías dándole leña –ya se hizo el Primero de Octubre en Catalunya–.
En mi curro, una residencia para personas mayores, vive un hombre de más de ochenta años con toda la cara del Generalísimo; una calcomanía parece. Estuvo sirviendo en el ejército en el Norte de Marruecos y se retiró con el grado de Comandante. Es un racista recalcitrante, aparte de otras características poco agradables para su esposa y para su nieta, por ejemplo. El caso es que la compañera gobernanta es peruana y, alguna que otra vez, el abuelo le ha espetado que se vuelva a su país; y cada invierno colaboran con el centro alumnos y alumnas del curso de auxiliar de geriatría de una asociación de personas inmigrantes quienes, por hache o por be, nunca lo asean, lo visten o lo atienden bien porque son unos gaznápiros; y ahora, acaba de iniciar sus prácticas de enfermería un rumano, que le puso en la espalda el preceptivo parche de morfina un palmo más abajo de lo habitual porque no sabía lo que se hacía, y el viernes comenzó a lanzarle improperios al buen chico en mitad del comedor porque, supuestamente, le estaba dando la medicación con cinco minutos de retraso sobre el horario previsto. En realidad, al comandante lo que le jode es que tengan que atenderlo unos negros de mierda o unos inmigrantes que huelen mal, pero no lo dice, y se inventa unas excusas que a lo mejor se llega a creer él mismo aunque resulten absurdas de cabo a rabo.
Por más historias que elucubre tu mente sobre la venta fraudulenta, el pago de impuestos o la legalidad, Mame Mbaye, como tantos otros manteros y lateros, lo que te parece es un negro de mierda, punto pelota, pero tampoco lo dices. Así que lo único que resta por hacer es adaptar la realidad a dicho pensamiento, ¡y te lo pone tan fácil la jodida sociedad!.