Hace unos días, hablando con una amiga sobre “coles”, horarios y necesidades de los niños y los adultos, me contó que, en el colegio al que acudían sus hijos, el horario empezaba a las nueve y media de la mañana. Tanto ella como su pareja y sus hijos estaban encantados, por varias razones. Para empezar, sus hijos duermen más y mejor, cosa que me parece no relevante, sino fundamental. Si empezamos el día en el “cole” con cansancio y un déficit de sueño que se va sumando, mal. Y es lo que pasa en España, que los niños y adultos, acuden al cole o al trabajo habiendo dormido menos de lo que deberían. No hay, tampoco, en la rutina diaria, ese estrés que comienza en muchas casas a las siete de la tarde de dúchate corriendo, cena y a dormir. Esa media hora de dormir más permite que las cosas se hagan con más tranquilidad y evita muchos conflictos. Otra cuestión que mejora por el hecho de llevar a los niños media hora más tarde es el tráfico. En España, la mayoría de gente entra a trabajar a las ocho o las nueve de la mañana. Entre las ocho y media y las nueve los centros de las ciudades y las zonas de acceso a los coles son una locura donde se juntan el hambre y las ganas de comer: padres que dejan a sus hijos y tienen prisa, autobuses, críos cruzando las calles provocando un tráfico menos denso, gente que llega tarde debido al colapso circulatorio… Todo esto desaparece o se atenúa mucho haciendo que el cole empiece media hora más tarde, que es una medida de lo más sencilla y que no acarrea un coste adicional. Ella, que es la que lleva a los niños pues puede entrar más tarde, dice que no se encuentra atascos, ni prisas, ni pitos, ni más estrés.
Pero claro, los adultos tenemos que entrar a trabajar a las nueve, ¿cómo lo haríamos para dejar a los críos a las nueve y media, si entraran a esa hora? Esta cuestión que puede parecer una tontería, esconde, en mi opinión, un problema de grandes dimensiones. Debido al ritmo de vida que llevamos los adultos, terminamos estableciendo para los menores unos horarios que no responden a sus necesidades, sino a las nuestras. No es normal, ni tiene justificación científica alguna que todos los niños, desde tres años de infantil hasta sexto de primaria, con doce, compartan exactamente el mismo horario y duración de la jornada lectiva: de nueve a doce de la mañana y de tres a cinco (en el caso de jornada continua, de nueve a dos más comedor), cinco horas de clase, más las tres que se pasan por lo menos la mitad de los críos que se tienen que quedar a comer en el cole. Por una cuesitón de sentido común, es imposible que pensemos que un niño de tres años y otro de doce pueden aguantar la misma jornada escolar, pues están en unos niveles de desarrollo totalmente diferentes. Y ya no hablo de los que acaban el “cole” y empiezan las actividades extraescolares, alargando la jornada escolar hasta las seis e igualándola a la de los adultos, que ya acabamos cansados tras ocho horas de trabajo. La cantidad de niños menores de seis años que se quedan una hora más haciendo otra actividad adicional en las instalaciones escolares o academias y escuelas de idiomas, es demasiado elevada, teniendo en cuenta lo mucho que necesitan descansar a esas edades.
Indiscutiblemente, se escapa a todos los principios que pueda sustentar el sentido común, que niños de tres, cuatro o cinco años, se pasen ocho horas, o más, en el colegio. Entonces, ¿por qué es así esto? Pues porque a nosotros nos viene bien, es decir, no es bueno para un niño de tres años pasar ocho horas alejado de sus padres, ocho horas en un ambiente que no es su hogar y rodeado de personas que no son su familia que les suele dejar no agotados, sino exhaustos. No atiende a sus necesidades, que son las de pasar mucho tiempo con papá, mamá, la tía o la abuela, lo cual es totalmente normal y hasta positivo, como también demuestran diversos estudios. Cualquier padre o madre que haya pasado por la experiencia, sabe lo que es recoger a sus hijos a las cinco de la tarde en estado casi comatoso y salir corriendo para casa con tal de llegar lo antes posible con el objetivo de que no se duerman en el coche. Sí, sé que muchos padres hasta se sienten culpablemente felices (yo me he sentido así más de una vez, lo reconozco) de recoger el cadáver de su hijo para que se bañe, cene y se vaya a dormir. De ese modo, ellos también pueden descansar, cosa también muy necesaria, pero que no debería suceder a consecuencia de reventar a nuestros hijos castigándoles con jornadas maratonianas que no tienen concordancia alguna con el nivel madurativo en el que se encuentran. Y este es el quid de la cuestión: adultos agotados que no pueden hacerse cargo de sus hijos, necesitando horarios en los que poder “aparcar” a los mismos y que, al recogerlos, estén lo sufiencientemente agotados como para dar la mínima guerra y acaban pronto dormidos y permitiendo a los adultos su, por supuesto, merecido descanso.
Realmente, no es una escuela hecha a medida de las necesidades y capacidades de los niños, como así debería ser, sino hecha a medida de este mundo de locos en el que vivimos y que no nos da ni un solo respiro, que nos obliga a matarnos trabajando de sol a sol, en absurdos horarios partidos que no son nada productivos, con jornadas de ocho horas desde hace décadas, que ya podrían ser más cortas pues la productividad lo permite. Al final obligamos a nuestros hijos a compartir nuestras prisas, agobios y cansancio, desde unas edades a las que no están preparados para eso y en las que deberían pasar la mayoría del tiempo jugando cuando el cuerpo se lo pide y descansando cuando ídem. Ojo, que no estoy en contra de que los niños vayan al colegio a edades tan tempranas, pero está actividad no debería suponer la mayor parte de su cotidianeidad, sino estar adaptada a sus ritmos y capacidades, no al servicio de nuestras obligaciones.
¿Por qué no buscar una escuela más racional, más humana? Una escuela donde los niños de infantil vayan, por ejemplo, unas cuantas horas a los tres años, tres me parecen más que suficientes, y aumentando paulatinamente la jornada a medida que se van haciendo mayores: a los cuatro años cuatro y, a los cinco, todo el día (que también debería ser opcional y flexible, pues es una etapa que no es obligatoria). ¿Por qué no retrasar una hora el inicio de la jornada escolar o, en el caso de los adolescentes dos?, como indican los últimos descubrimientos científicos, el reloj biólogico a estas edades es diferente debido a los cambios hormonales y hace que se acuesten y levanten más tarde y, además, donde se ha probado esta modificación de los horarios se ha reducido el fracaso escolar, el abandono, las conductas disruptoras…
Me da la sensación, en última instancia, de que a nadie nos gusta las cosas como están, que muchos cuestionamos el por qué de muchos funcionamientos que hemos automatizado, pero que seguimos realizándolos de la misma forma, a pesar de que la ciencia y el sentido común nos indican que no es la mejor de las maneras. Quizá una forma de empezar a cambiar este mundo de prisas, estreses y malos humores, sea empezar por hacer más humano el día a día de los más menores, creando seres humanos que sean desde sus más tiernas edades felices y sin obligaciones absurdas y exigentes, que puedan jugar, estar con iguales y no acabar derrotados pegando cabezadas en el coche, de vuelta a casa. Como dice Gianni Rodari: tendríamos ciudades más humanas y amables, si las hiciéramos a medida de los niños (o algo parecido).