Lo bueno y lo malo de los pueblos es que todos nos conocemos. A veces aparece una bolsa de manzanas a los pies de tu casa y llevas una alegría. Son las manzanas de tu vecino, que te ha visto mirando su manzano con deseo y decidió cumplirte el gusto antes de que las arrancaras furtivamente del árbol. Aunque la tradición oral dice que si la rama sale del cerrado de la finca no es robar.
Otras veces escuchas tocar la campana de la iglesia desde tu casa. De repente suena el teléfono. Es tu abuela, que llama para contarte quien murió. En el momento te entristeces. Igual no sabes muy bien por qué, probablemente haya sido alguien que se ha muerto porque le tocaba morirse, porque la vida se acaba. Quizás ni lo conozcas, pero es del pueblo y seguro que hasta tienes algún parentesco con el difunto. El saber popular dice que tienes que aparentar estar afectado y ser políticamente correcto.
Sin embargo, hay veces que no es necesario aparentar nada. Ni dolor, ni sufrimiento ni enfado, porque en lugar de ser aparente, todos esos sentimientos son reales. A veces las campanas de la iglesia de la parroquia suenan por personas que no mueren de viejas, que no estaban para morir ni para padecer. Las campanas se convierten en la banda sonora de la injusticia de la vida, de la infancia y, en algunos casos, del cáncer.
Esteban es un nombre ficticio, pero su historia es real. Tenía seis años y falleció el día 24 de noviembre a causa de un cáncer que, una vez más, ganó la batalla. Esteban era de Valdoviño, de mi pueblo. Era un niño con la alegría de un circo, con una sonrisa como un piano y con el futuro de un niño, como los demás, como lo que era. A Esteban le diagnosticaron cáncer cuando tenía cuatro años. Desde ese momento su vida cambió para nunca más dejarle ser un niño como los otros. Fue tratado en el Hospital Clínico de Santiago, en el área de oncología pediátrica, donde había más niños como él. Esteban preguntaba por el futuro, por los ángeles y el cielo, porque él sabía de la fugacidad de su vida.
El último viernes de noviembre las campanas sonaron y el silencio enmudeció el pueblo. El corazón de Esteban dejó de latir y Valdoviño se conmovió repentinamente. Quizás por darse cuenta de que acababa de perder a un pequeño corazón latente que en ningún caso debía parar de latir.
Hay quien dice que ahora es un angelito en el cielo, cada uno tiene sus teorías. La mía se basa en creer en los ángeles de la Tierra.
Mis ángeles no tienen alas en su espalda, pero sí en su mente. Trabajan en centros de investigación y día tras día son los soldados que luchan, entre otras muchas cosas, contra el cáncer. El mismo que mató a Esteban.
Estos ángeles también se llaman investigadores, aunque a mí me gusta más llamarles “única opción”. Los investigadores son los únicos capaces de frenar el cáncer, de matarlo y cerrarle todas las puertas. Son la única apuesta segura que tiene el ser humano para salvarse a sí mismo. Suena fuerte, ¿verdad? Nunca tanto como es en realidad. Parece algo tan difuso, tan irreal y onírico, que ni somos capaces de ponerle nombre y cara. Hoy vamos a intentarlo.
Luchando para que niños como Esteban no sufran lo mismo que él, está Jorge. Su nombre también es ficticio, pero su historia es tan real como la de nuestro primer protagonista. Jorge es de Madrid, tiene 23 años y trabaja en uno de los centros de investigación más importantes de España, por lo menos de momento. Digo de momento porque nada es seguro para Jorge. La Ley de Presupuestos Generales del 2017 hace que su trabajo se tambalee. Desde este momento, tanto él como sus compañeros del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO) y del Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares (CNIC) están marcados por un futuro incierto.
Un absurdo matiz legal imposibilita la renovación de los contratos temporales de los investigadores, pero tampoco permite firmar contratos indefinidos. Como resultado, el CNIO y el CNIC perderán alrededor de cien personas para el final del 2017. La investigación española se encuentra en un grave peligro que empeorará la situación de no poner vías para solucionar el problema. Algunos trabajos de investigación perderán a sus jefes de proyecto, algunos centros perderán a un tercio de su personal y cientos de miles de personas seguirán perdiendo la vida cada año.
Mientras tanto, el gobierno de Mariano Rajoy opta por parches legales que en lugar de solucionar el problema, lo alargan y lo hacen crónico. La realidad es que en este 2017 los Presupuestos Generales del Estado destinaron 7.500 millones de euros a la Casa Real Española y solo 6.000 millones de euros para proyectos de I + D. Esto supone tan solo el 1,25% del PIB español. De esta forma se mantienen los niveles de inversión del 1998. Parece que la ciencia sigue sin estar entre las prioridades del gobierno español.
La situación es preocupante para los trabajadores, para los centros, para los enfermos y para los familiares. En fin, para todos menos para los gobernantes, a los que, probablemente, no los llama su abuela para avisar de que las campanas tocan a difunto por Esteban. Tampoco han visto la cara de unos padres absortos por la pérdida de su hijo, ni han entrado en la sala de tratamientos de un hospital de día. Seguramente ellos estén en otro mundo, donde los investigadores no cogen aviones para irse con sus ideas a otra parte.